Ahora sé que lo que sentía no era ilusión, sino ansiedad. Estas fueron las palabras de una jugadora con la que trabajé hace unos años. Aun intentando aterrizar emociones contradictorias con respecto a Luka, pienso en el decorado de las emociones. Outfits que van y vienen. Palabras que sazonan lo que sentimos. Pues siempre será el componente verbal el que discierna si son mariposas o una armadura en el pecho. Al igual que ejecutará las etiquetas dispuestas por distintas personas ante una misma sensación. Lenguaje, juez que decanta la balanza entre conflicto y asunción. Ese equilibrio que todos llevamos dentro y que tantas veces conseguimos destrozar. Un engranaje que parte del siguiente triunvirato.
Sentimientos.
Toda emoción conlleva una reacción. De origen automático. Eso que coloquialmente llamas inconsciente, pero que no difiere del mecanismo por el cual jamás piensas en cómo estás cambiando de marcha mientras conduces. Un comportamiento repetido hasta la saciedad psicológica: que te salga solo. No piensas en tener una emoción. La tienes, y punto.
Acciones.
Luego, hay una manifestación o expresión de la misma. Un proceso aprendido que explica por qué hoy los deportistas son más conscientes de lo que sienten. Pueden tener la misma reacción que sus compañeros de hace 20 años, pero el componente contextual que limitaba el contacto por ese entonces, ahora consigue evaporar la jaula cada vez con más facilidad.
Conciencia.
Por último, la percepción que tengo de lo que siento, además de cómo lo describo. La forma en la que te cuentas lo que te ocurre debajo de la piel es un mecanismo que aprendes, y conforma la base de una gran mayoría de trabajos psicológicos en la actualidad.
Volviendo a Luka, se me ocurre el duelo emocional como manera de acotar esa pelea que tenemos contra lo que a veces sentimos. Una forma de contarte, oye, tú no deberías de sentirte así. Estar mal por estar mal. Tenerle miedo al miedo. Es aquí donde el lenguaje no elegido, tus pensamientos, actúan como marcador. Pasajeros aleatorios que dispondrán charcos de gasolina en los alrededores de tu ruta. El paquete de cerillas está siempre en tu bolsillo, siendo la relación construida con esos oasis de gasoil la que determine si acaban prendiendo, o simplemente siendo un elemento más de este camino casi infinito que es la vida.
Hay charcos que resultan más familiares que otros. Así como momentos donde la catarsis provocada es necesaria. Ese etiquetado, aprender a reconocer, facilita el <dejar entrar>. No hay sorpresa, ni recaídas. Pues el verdadero aprendizaje consiste en transitar esos momentos. Podremos ir a Marte algún día, más nuestro paquete de emociones primitivas estará siempre por delante.
En estas es bueno saber que la experiencia desagradable siempre va a llevarse las batallas personales. Decía Agassi que se sufre más la derrota de lo que jamás disfrutas una victoria. Sólo tiras de carrete cuando te encuentras mal, igual que rara vez te preguntas cuánto de feliz has sido la última semana. La inercia nos deambula perdidos. Entender este engranaje es lo menos que podemos hacer para no dar la guerra por muerta.
Te acordarás de Dallas, como haces con tu ex.
Y no, no pasa nada. Es útil preguntarse sobre si algo me está afectando, o simplemente fue una molestia puntual. El tiempo que te mantiene en jaque te dará la respuesta. No es la aparición de pensamientos y emociones momentáneas lo que determina la aceptación de una situación. Sino cuántas cosas dejo de hacer, o hago de manera diferente, a raíz de su aparición.
Pienso aquí en emociones como la decepción. Balsas que te arrugan e inmovilizan la piel. La nostalgia. O el arrepentimiento. Hay que vigilar toda aquella sensación que construye cuentos en la cabeza, pues impiden avanzar. La fina línea de este trayecto, convertir los bucles en espirales. Puede que toda preocupación trate de eso. Dale vueltas, pero no olvides que en algún momento habrá que salir. Es insostenible que tu lavadora centrifugue eternamente.


Resulta paradójico que estas cuestiones se imbuyen en el <llevar razón> como motor de inacción. Ese premio envenenado que nos aleja de la solución y mantiene una perenne visceralidad. A efectos prácticos, a tu cabeza se la suda que lleves razón. Por eso, es complicado moverse en las aguas de <hablar las cosas> y <ser escuchado>. Conversaciones que pueden vestir de parches lo que pensamos como desahogo. Aunque puntualmente sirvan como agentes de contacto ante sentimientos no afrontados.
Como de costumbre, te doy la respuesta que jamás podría haber sido comercial de profesión: depende.
La vida te trata como Dallas a Luka, y aun así vale la pena vivir. Nadie está a salvo del sufrimiento, pero como le dijo Faye a Kratos, aún así amamos. Cuida el lenguaje con el que te cuentas tu historia, pues es una que jamás podrá ser reescrita.


Ahora que lo pienso, no sé qué tenía que ver Doncic con todo esto. Simplemente ejerció como detonante ante unas sensaciones que merecían convertirse en palabras.
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