Quejas y excusas
Dudo de si me estoy apalancando en la queja, me preocupa que el problema sea yo.
Salieron estas palabras, hace semanas, en la sesión con uno de mis jugadores. Si analizamos con vista de águila el contexto deportivo, es sencillo observar como son cientos los factores que pueden molestarnos, prefiriendo que tantos de ellos sumaran en nuestra partida, en lugar de suponer rémoras que añaden peso a la mochila que todos llevamos puesta.
Como sabes, me gusta analizar el lenguaje y encontrar resquicios que nos orienten hacia maneras más afectivas y efectivas de contarnos lo que acontece.
Fuimos analizando lo que representaba la palabra <queja> en su particular obra de teatro, llegando pronto a la conclusión (ya llevábamos varios meses de trabajo) de que ninguno de esos incómodos acompañantes suponía una parálisis sostenida, ni mucho menos una enrededara en el reconfortante <por qué a mí>.
La queja es terapéutica
Vivimos en la era de ver los problemas como oportunidades. Del soberbio pensamiento positivo. Construyendo robots ajenos a los eventos privados que experimentamos, dirigidos hacia un piloto automático que construye callo sin mirar atrás, y sin entender por qué. No hay ruta psicológica sin contemplar lo que nos atraviesa. La evolución sostenible será con el scouting del inevitable paquete de incomodidad, o no será. No se pueden conformar las ruedas del <a pesar de> si ni siquiera miramos los clavos que hacen mella en nuestro utilitario.
Quejarse es comprender, conocer
Para, a partir de ahí, valorar qué requiere de tu atención, y en qué lentes, por el contrario, está ubicada tu frustración más sostenida.
Quejarse incluye fecha de caducidad. Pues lo terapéutico suele ser reforzante, pero no todo lo reforzante es beneficioso en según que extensiones. Todo gira entorno a tu línea temporal, esa balanza donde ubicamos los pesos que todos llevamos a cuestas.
Frecuencia, duración, e intensidad
Las 3 características que conforman tu manera de estar en el mundo. Los 3 protagonistas que te alejan del absolutismo. Del bien o mal. Del blanco o negro. Si <depende> es la palabra más utilizada por los profesionales de la psicología es precisamente por estos tres elementos. La aparición de ciertos eventos no es indicativa de nada. Su recurrencia, impacto, y protagonismo, sí.
En el otro lado del espectro te encuentras con la excusa
Llevar razón es la hostia, y retozar en el malestar, al contrario de lo que te podría parecer, es tremendamente cómodo. Sábanas cálidas que te dicen, quédate aquí, anda, que así no tendrás que enfrentarte a lo que ahí fuera te espera. Te engañan. No estás agusto porque esté todo bien, sino por la ausencia de movilización ante una situación que requiere de tu ocupación, o bien de tu aceptación. No hacer nada ya es hacer algo. No existe la ausencia de conducta, pues todo tiene un sentido en este engranaje llamado comportamiento.
La diferencia entre ambos conceptos no reside en tus palabras. Pueden contener ingredientes similares. Se ubica en la función que ejecutan, y en las consecuencias que su llegada tienen en ti. No pienses tanto en el qué, contenido, si no en el dónde, dirección.
La ausencia de queja implicaría vivir en una burbuja, alejado de todo posible impacto. Construir una armadura que haga inocuo cualquier golpe no es la solución. Al contrario, es el problema. Indagar en tus molestias es el primer paso para conformar unas zapatillas que te otorguen movilidad de cadera. La ruta recorrida no depende siempre de ti. La cintura con la que flexibilizas tu movimiento, sí.
Fíjarse en las cosas que hacemos, para así luego evaluar lo que pensamos. Nunca al revés. Poner los caballos delante del carro.
Quéjate. Nos seguimos leyendo.
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