Mi amigo Fran, al que quiero con locura, se casa este sábado. Él, muy sabio, ha desarrollado una habilidad que le permite dejar de cagarla cada vez que su cabeza le dice, tira por ahí, que tú puedes.
Escribe mails a sus yo futuros.
Convierte su toma de decisiones en una especie de metaverso donde las reglas que gobiernan el comportamiento humano se ven doblegadas con algo más de facilidad. O con menos complicaciones, según quieras mirarlo.
Esto fue lo que recibió Fran hace unas semanas.
La ruta de migas de pan a la que aspiramos en nuestro rol de Hansel&Gretel posmodernos.
Ponértelo fácil conforma uno de los pocos oasis a los que puedes aferrarte hoy
Impidiendo que el ingenuo y descerebrado corto plazo sobrevalore, una vez más, tus capacidades. O infravalore el impacto de esas cartas que te tocaron en tu partida. A efectos prácticos, da lo mismo. El caso es que te engaña.
Aunque el Papa Gregorio XII, fundador de nuestro calendario actual, diga lo contrario, todos sabemos que el año real parte en septiembre y se vomita en junio. Vomitar digo, sí. Salimos de ‘la temporada’ jurándonos no volver a beber. En septiembre te ponen de nuevo la copa delante, y caes otra vez en las mismas mierdas. Llegas a la orilla del mar, cual elefante antes de morir, con más alivio que conciencia.
Junio es lobo con piel de cordero
Viste calma en forma de desahogo, y cuando te quieres acordar estás en septiembre diciéndole que sí al mismo veneno que te hizo pedazos meses atrás.
Son diversas formas las que ese contexto adquiere. Personas, situaciones, lugares, incluso actuaciones personales de cuyo resultado no te sientes orgulloso. El <qué ganas tenía ya de acabar> firma, a tus espaldas, un pacto con el diablo. Un contrato que le da todo el poder al presente, para acabar sellando una carta que realmente no querrías que se enviara.
El tiempo es un arma de doble filo
Tiene ese componente amnésico que suaviza preocupaciones desmedidas, pero también actúa con el cartel de <no fue para tanto> cuando su vela en ciertos entierros tendría que encontrarse ausente.
Y es que tenemos ese peligroso vicio de recordar espectacularidad en vivencias que no fueron tal. Como para no sabernos tan infelices. Y esa cuestionable tendencia de banalizar un pasado que, efectivamente, no fue mejor. Como para no sabernos tan mal.
Pero tu cabeza, en forma de escenas edulcoradas con lenguaje, te permite asociar momentos sin necesidad de vivirlos in situ, simplemente tirando del hilo tejido por tu aprendizaje. Puedes traer el pasado a tu presente, para que el malestar un día experimentado no caiga en el olvido del tiempo, transfiriendo su importancia a las decisiones tomadas en otro plano temporal.
Dice mi compañero Carlos Bernabé que de los errores no se aprende
Puedes equivocarte todas las veces que quieras, que si al próximo encuentro con lo que provocó el error no llegas con algo distinto, pongo en duda que podamos considerarlo como un aprendizaje.
Ayudarte de tus diversos presentes. Aquellos que surfean vivencias y poseen ovillos más que suficientes para trasladar esos momentos a tus respectivos futuros. No dejes aquí que tu memoria sea la encargada de hacerlo. Te venderá gato por liebre, sazonando el aparentemente vívido recuerdo.
Deposita la fresca información en el congelador del email, para que al abrir esa caja te encuentres con lo que realmente sucedió, no con una versión rebajada o excesivamente densa del mismo suceso.
Debemos dedicar tiempo a sacar conclusiones
A elegir los lugares y personas que no son. A valorar lo que hiciste bien, pudiendo así repetirlo tiempo después. A objetivar tus fallos, preguntándote qué harías distinto si ese frame vuelve a reproducirse.
La cabeza no es únicamente un pozo de rumias, lamentaciones, e infinitos centrifugados. Bien equipada, puede dotar tus futuras decisiones de la siempre necesaria acumulación de experiencias.
Úsala bien.
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