Vas a un restaurante, carta de 27 platos entre entrantes, principales y postres. Dudas, te pones nervioso, parálisis por análisis, pides por descarte, y luego lidias con todo aquello de lo que no podrás disfrutar. Acabas comiendo mientras te cuentas la buena elección que tomaste.
Más cursos. Más clínics. Más herramientas. Si el abanico es amplio, extensa es también la ventana al FOMO. Comúnmente conocido como el miedo a perderse algo (Fear of Missing Out)
Contrarrestarlo implica asumir las reglas del juego, y trabajar pese a ello. La inseguridad sobre tu conocimiento es una alerta. Positiva, al contrario de lo que se pueda pensar. Sobretodo por el pésimo marketing que rodea a las emociones peor vistas.
¿Qué compone ese trabajo? Soldar bien la pata de tu letra T mayúscula, y siempre acudir, si es que ya lo tienes construido, a tu producto mínimo viable (gracias, Jota).
Aterrizado al cristiano. Dominar un área en concreto, mientras poco a poco cuidas el resto de habilidades. T. Y tener claro el suelo que te sostiene, aquellos básicos que te han hecho funcionar como funcionas. Paradójicamente es lo primero que sacrificamos cuando las fuerzas flaquean. Spoiler: lo harán. Pero ese no es el problema. Sí está en todo lo que dejas de hacer después.
Lo siento. La solución no está en esas mil charlas a las que puedes ir. O ese curso que acaba de salir. Tampoco en esas horas a 40 grados en el pabellón.
La evolución se mueve en un tren de doble dirección. La sensación experimentada en ambas estaciones es de cierta consecución. Sólo se diferencian en lo más profundo, puesto que es una antítesis entre la satisfacción y el alivio. Entre el ‘‘ole yo’’ y el ‘’menos mal’’. Entre la botella de champán, de marca <ilusión de control>, y la sosa e insípida agua. Esta última no es nada sexy, hablando de mercado. Sí la más efectiva si hablamos de supervivencia.
¿Me siento bien y por eso escribo?
¿O escribo para sentirme bien?
La vida es un juego de incógnitas. Difícil escoger el lugar que le corresponde. Cada situación es una partida de Jumanji diferente. La primera vez, consigues una peli icónica. Las posteriores, destrozas toda melancolía pasada por el simple hecho de ser incapaces de dejar de tocarle los cojones al ayer.
Vi Tenet hace poco, constantemente decía Pattinson que ‘‘lo pasado, pasado está’’. No necesito revivir un tiempo que siempre sonará mejor en mi cabeza. Cronos estaría orgulloso.
Contarnos lo que sentimos con un lenguaje que sostenga, la mejor manera de convivir, a veces sobrevivir, con un escenario que deja expuesta la ría de pensamientos de barra de bar que, al igual que tu tío Vernon, no pide permiso para decir la primera gilipollez que le pase por la cabeza. Negarles la entrada llenará tu casa de esas odiosas cartas de Hogwarts de las que tan poco quieres oír hablar. Darle su espacio, ajustar la atención otorgada.
Me decía un entrenador que es imposible llegar a un equipo y pretender que cada jugador se ajuste a tu best case scenario. Por probabilidad, siempre habrá alguno que te parezca un tremendo subnormal, o bien te desquicie con su paquete de acciones escogido para cierto partido.
La frustración y la resignación juegan un rol similar al que sobre el papel se podría pensar. Jugadores de características parecidas, aunque de expresiones muy diferentes. Pero ya dijo Kahneman, como viste en su día con el pavo de acción de gracias, que WYSI(N)ATI.
What You See Is (Not) All There Is – Lo Que Ves (No) Es Siempre Lo Que Hay
La aceptación es el tenista que sube a la red. Defiende, atacando. La metáfora del missmatch (desajuste) me encanta para representar esto. Se juega un bloqueo directo, sigues las directrices planteadas y cambias la asignación, quedándote con una jugadora más pequeña y, por lo tanto, más rápida. Tienes 2 opciones:
Esperar al fallo. Replegarte. ‘‘Menos mal’’
Trasladarle a ella el problema. Poner la pelota psicológica en su tejado. ‘‘Ole yo’’
Decisión activa. Aceptas, y ajustas en función del resultado.
Mucho más sencillo y más sólido a largo plazo, evaluar la decisión tomada, que mirar atrás y ver la neutralidad de los avances magnificados por ese efímero champán.
No actuar también es una acción.
Por eso, darle a pensamientos y emociones la historia que merecen sirve paradójicamente para ubicar su espacio. Porque, en cierta manera, te han traído hasta dónde estás hoy. Parones en el trayecto harán que algún día podamos decidir desbancarlas. Injusto sería, pues han formado parte de ti durante largo tiempo. Negarlo significaría convivir eternamente con esa maldición.
Por eso, el lenguaje, el símbolo, la señal, el cuento, el libro, la historia, ubican.
No es lo mismo la ilusión que la intranquilidad, aunque se reflejen de manera parecida.
No es lo mismo la presión que la ansiedad, aunque confundan a partes iguales y den vértigo a nuestra actuación.
No es lo mismo el miedo que el escape, aunque ambos se reflejen en actuaciones aparentemente sólidas.
Por eso, hay procesos idénticos que significan muchas cosas diferentes.
Hacer ese clinic por acceder a conocimiento. O porque soy incapaz de aguantar el FOMO, la inseguridad, y los pensamientos arrastrados por ambos.
Hacer ese curso por aprender. O por indagar en la ilusoria experiencia del <suficiente> durante los escasos segundos que dura la compra.
Entreno por mejorar. O porque soy incapaz de quedarme en casa y exponerme a lo que verdaderamente siento.
Me dispondrá eso al peor de los escenarios: eliminar el malestar de forma artificial, haciéndolo. Mercado visible. Aparente patrón de emociones. Mercado invisible. Historias únicas apagadas sobre absolutismos baratos y manuales que te explican ‘‘cómo hacer las cosas’’.
Cierro con John Benjamin Toshack.
"El domingo me cargaría a todos los jugadores. El martes, sólo a ocho. El jueves creo que los culpables son sólo dos o tres. Al final acaban jugando los mismos once cabrones de siempre".
Quién gana en el eterno conflicto entre lo que sientes y lo que haces.